1.- Vicio del carácter, por el que una persona muestra una opinión exageradamente buena de sí misma
2.- Falta o carencia de sustancia de una cosa o expresión
Vanitas. es el término latino, que puede traducirse por vanidad, que designa una categoría particular de bodegón, de alto valor simbólico, un género muy practicado en la época barroca, particularmente en Holanda. El mensaje que pretende transmitir es la inutilidad de los placeres mundanos frente a la certeza de la muerte.
A ver si de una vez por todas consigo hacer entender al personal, lo que es para mí un blog. No seamos hipócritas y reconozcamos que los blogs, no son más que ensayos de vanidad. De la propia vanidad que todos, en mayor o menor medida, llevamos dentro. Ya sea vanidad literaria, o simplemente exhibicionista, pero vanidad al fin y al cabo. Nos gusta mirarnos el ombligo y exhibirlo, ya sea tal cual, a pecho descubierto, o de manera figurativa, como hicieron los clásicos, pero adaptándolo a nuestros días.
Yo leo diferentes tipos de blogs, unos más profundos que otros. Algunos divulgativos, otros informativos o periodísticos, sobre literatura, cine, poesía, moda… y otros, por simple diversión. Pero existen muchos, los más, como el mío, “personales”, por etiquetarlos de alguna forma.
Es en este tipo de blogs, cuando el lector siempre ha de tener en cuenta que, ni en mi caso ni en el de la mayoría de blogs personales, no todo lo que se cuenta es estrictamente cierto. Casi todos nos escudamos bajo un personaje, hay quien lo lleva hasta el límite convirtiéndolo en un blog de ficción, al que le concedemos el beneficio de la vanidad más absoluta, gratuita y sin medida. Es decir, el vicio de mostrarse exageradamente valioso bajo sus vestiduras, y lo vendemos como si el personaje fuera uno mismo en carne y hueso, convirtiendo el hecho en un dogma de fe.
Si bien, es cierto que muchas veces, el simple hecho de escribir o fabular, según la ocasión convenga, nos sirve para expulsar nuestros demonios, así como, para aliviar veneno por el desagüe, bajo la protección que nos confiere el personaje, y sin tener que recurrir al psicoanálisis, es cosa del lector avezado, o torpe, saber leer entre líneas. Distinguir donde empieza la ficción y donde la realidad. Rascar y pulir, hasta quedarse con lo que verdaderamente se está tratando de contar. Es decir, con la esencia del mensaje. Esto, cuando hay algo que contar, puesto que cuando hacemos uso de la más exacerbada vanidad, cuando nos ensalzamos nosotros mismos, evidentemente, nos ponemos en lo más alto, en lo inalcanzable, y en lo más deseado por todos en nuestras más inconfesables fantasías. Entonces, si rascas, compruebas que debajo de estas líneas no hay nada, está vacío y hueco, pero muy posiblemente, hayamos conseguido llamar la atención o arrancar una sonrisa al respetable. Y eso justamente es lo que yo quiero conseguir aquí. Que el lector se devane los sesos, que fabule conmigo y que disfrace realidades, a veces amargas de soportar, si no van edulcoradas con un poco de imaginación. En definitiva, que se deje llevar por los placeres mundanos, propios o ajenos, al menos, durante unos minutos.
Pero está claro, que tener las puertas de nuestra hoguera de las vanidades, abiertas de par en par, tiene un precio. El sabio Salomón dice que los goces materiales son “vanidad de vanidades y sólo vanidad” (Ecl. 1,14), que no dejan en el alma una verdadera alegría y una plena satisfacción, sino más bien disgusto, amargura y angustias. Y es que si no le ponemos cerrojo, cualquiera puede entrar a leer y malinterpretar todo cuanto aquí se dice, y creerse que todo el campo es orégano, o en el peor de los casos, llevarlo al extremo del pie de la letra, convirtiéndolo en la más pura realidad, su realidad, sin tener en cuenta que no es más que una obra de teatro con actores, decorado, y un guión adaptado con el énfasis que en cada caso queramos darle. Cosa que a la mayoría, no nos importa, porque nuestros queridos lectores, casi nunca pasan de ser esos adorables desconocidos a los que permites mirar por el ojo de la cerradura. Sin embargo, a veces, ocurre que si escribimos el guión basándonos en hechos de nuestra propia existencia, muchos de los personajes, a su vez y casi siempre, insanos lectores, se sienten identificados, cayendo en el error de creer, que realmente es así como los vemos, dejando aparcado por completo el sentido del humor, muestra de su inteligencia, y entrando en barrena con todo su orgullo a flor de piel para estrellarse contra nuestras propias carnes. Ya que, en estos casos, lector y autor, fuera de este escenario están accesibles. Y este es el precio que tenemos que pagar por exhibicionistas.
"Conozco un silencio alcoholizado que golpea las puertas, que ultraja las palabras y las vuelve prostitutas. Cada poro se intoxica. Me va añadiendo peso. Me bautiza con algún siniestro recuerdo y llueven claveles funerarios...“ minostalgia
Pero como diría cualquier mentalista de pro… “Todo parecido con la realidad es pura coincidencia”… Y a estas alturas, todo el mundo debería entender, que jamás he sido una Audrey, colmo de la sofisticación y la elegancia, con espíritu de Holly Golightly o Lulamee de vida excéntrica, que comparte piso con un gato sin nombre, duerme de día y dedica las noches a salir con hombres de los que recibe billetes de cincuenta dólares para ir al tocador, mientras sueña casarse con uno de los solteros más ricos de América tirada en su diván. Este diván que no es otro que mi blog, contando mis paranoias al primer escritor de poco éxito que llegue, o dicho de otra forma, al primer Paul Varjak que se tropiece. Como tampoco he sido jamás una verdadera Geisha, ni he conocido Samurái alguno más allá del personaje de un blog. Ni tampoco ahora soy una Dita Von Teese, reina del Burlesque Show, que exhibe todos sus atributos sin pudor ante sus más fieles admiradores, aunque esto que aquí escribo, vanidosamente lo pretenda. Ni realmente he sido mordida por ningún vampiro, ni tan siquiera por un murciélago… Del mismo modo que, jamás existieron mamam y sus secuaces tal cual los presentaba mi grelinno del alma querido en su lluvia, ni que los amigos de La Comuna Canalla, fueran realmente unos alienígenas camuflados o Plactonitas. Y por supuesto, que no entré jamás en la verdadera casa de La Flor de la Canalla, por muchos piscolabis y bebidas que hubiera en su nevera imaginaria…. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Aquí, cada uno es, quien vanidosamente le dá la gana de ser, y en ningún sitio está escrito que tenga que ser real.